domingo, 1 de abril de 2012

Almería huele distinto en Semana Santa


No podría decir que es el incienso, que llena las calles y aturde a los viandantes, curiosos, creyentes. Ni los cirios que se derriten dejando las vías con esa peligrosa pátina, que de lúgubres se transforman en festivos cuando se apagan, dejando regado un olor a cumpleaños feliz. O las flores que delicadamente adornan los pasos y acompañan la fe de mis mayores, que diría Serrat. 

Puede que sean las señoras que acuden religiosamente a su cita año tras año, empaquetadas en sus mejores trajes sastre, corte sobrio, pies encerrados en salones oscuros, tacón medio, un Cristo, una Virgen de oro al cuello, alguna perla por allí y su a kilómetros inconfundible nube de perfume, doloroso a las narices más sensibles.  

Quizá sea el quiosco del Paseo, con su familiar repiquetear de palomitas y sus pipas calientes, que por respeto nadie debería comer al pie de las procesiones, pero, ya se sabe, ya nadie respeta nada, y el reguero de cáscaras mata los pies a más de un penitente que hace promesa. 

No creo que sean las obleas. Nunca las he comido, y eso que año tras año son más los puestos que las venden. Ni siquiera sé cómo huelen. Siempre me parecieron una sosería al lado de las torrijas y el maravilloso bacalao con tomate de mi madre. ¿Y el potaje? De pequeña lo odiaba, pero a ella le sale tan rico...

Puede que sea olor a chopitos de Los Claveles en la Puerta Purchena, o la patata asá de La Herradura... Ah no.. Si allí no hay patatas asadas, allí lo que hay son bravas, que Patri siempre me engaña con eso para que vayamos, y yo me hago la despistada. Sé que le gusta demasiado como las hacen allí.

También con ella es el otro olor de la Semana Santa, el de los churros con el café con leche antes de la Borriquita. Y el olor de después, de la Rambla, del Nicolás Salmerón, el de la Catedral a cualquier hora esperando la salida de a saber qué Cofradía, de los maratones programa en mano por las callejuelas de detrás de la Real, los pies cansados, los gusanitos con ketchup (ay, de eso sí hace años) y otros miles que ahora no recuerdo, pero cualquiera de ellos, siempre con Patri.

Mi tierra, mi Almería de mi alma. Creo que huele distinto por el sol. Uno sabe que llegó la Semana Santa porque el sol cambia. Las mañanas son de un bello azul turquesa. Se pierden sus rayos por toda la bahía y salpica el mar y lo convierte en un espectáculo de espejuelos, dando así honor al nombre de la ciudad. No pica, pero ya calienta, y en las tardes rompe el cielo desparramando naranjas y rosas sobre la sierra de Gádor. Sí, creo que es el Sol. El sol de su gente.

Mi Almería, vístete de olores, para que desde tan lejos me visiten y te sienta cerca. 


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