De una, sintió que se quedaba liviana y tranquila. Se fueron de golpe las penas y los pesares por la intercesión de aquella sanadora de almas de sonrisa perenne y palabra amable cuya sola presencia le había hecho bien.
Lloró. No pudo evitarlo. La embargaban muchos sentimientos, todos contradictorios... Pero en medio del maremoto sereno que se desató en su interior, una voz clara le gritaba desde el abismo: "Ya no tengo miedo, ya no tengo miedo".
Revisó que todo estuviera en orden, ultimó detalles, se cambió de camiseta y se acomodó los vaqueros, grabó un último mensaje y se abrazó a su sanadora.
Hizo la penúltima travesía con un insurgente de chofer y el cortejo de una Reina que se preguntaba con voz mercúrica si éste era el mundo que habíamos creado.
Se había esfumado la capa pesada y oscura que había en sus ojos. Hasta los edificios, esos mastodontes de concreto -que daban un aspecto a la ciudad de a medio terminar-, le parecían bellos. Y los observó detrás de las lunas tintadas. Los miró con cariño, acariciando con sus ojos las grietas y los afanes.
Fue en ese instante que apareció de nuevo la voz que, ya no desde el abismo, sino a través de todos sus poros, irradiaba: "Ya no tengo miedo, ya no tengo miedo".
Abigail lo supo entonces. Sólo era otro 'hasta luego'.
2 comentarios:
Es muy reconfortante, a pesar de que remueve cositas por dentro :) Ñam ñam
Gracias!
Este me gusta mucho más que el anterior, la esperanza es lo tuyo ;) Un abrazo fuerte!
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