miércoles, 27 de junio de 2012

Viaje en taxi (I)



J. es mi taxista esta noche. Es sirio. Mi acento, que le parece divertido, enseguida lleva a la pregunta. Soy andaluza, le contesto. La idea de que mi presencia en su vida es pasajera hace que J. hable y abra el pecho en la libertad que da el casi anonimato. 

J. llegó con lo puesto, buscando una vida mejor. No fue sencillo. Le reventaron las miradas que le recordaban todo lo indigno que "era". Se llenó de insultos y de condenas injustas, de prejuicios. Persiguió los callejones más oscuros para ocultar su pena.

J. no pensaba ni trataba de dominar el cielo con sus manos. Sólo quería ser útil, sentir que pertenecía a algo, poder hablar de cualquier cosa que le uniera al mundo de sus no-semejantes. No ser marginal.

Vulnerable, me decía, así se siente cuando todo depende de uno y nadie más, y a veces, ni de uno, cuando sabes que cualquier tropiezo es a triple altura si lo cometes tan lejos. 

En aquella época, sentado sobre la roca del desencanto, J. no pudo ni tan siquiera perder los papeles: no los tenía. 

Llego a mi destino sin haber pronunciado apenas unas palabras. Le pago lo acordado y, antes de poder despedirme, me habla por vez última:

"Señorita, llevo aquí más de 40 años. Y sigo en pie."

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