Pensando en la primera maleta que recuerdo haber hecho y la última que hice...
Hacer una maleta puede ser un acto de cobardía. En una catarsis inversa, nuestro mundo queda reducido, asfixiado por las correas, constreñido, marcados sus límites por los estrechos horizontes de la tela.
Pervirtiendo con la prisa cualquier protocolo que convirtiera la huida en placer, en el desespero y el desorden se entremezclan camisetas y zapatos con brassiers y vidas.
Cometido el acto de implosión, sólo queda envolverse el pecho en vergüenza, rencor u orgullo, según la ocasión, y correr y esconderse.
Pero también están las maletas de la independencia, las que se llenan de valor y se abrochan con ilusiones. Las que pueden tener o no etiqueta de destino y que se curten no con la rigidez de las fronteras, sino con
la amplitud de los horizontes.
Son las maletas que liberan de los lastres anteriores, que nos hacen crecer y extender las alas.
Las que suman experiencias y te llevan a exilios voluntarios.
Las que, a lomos de un caballo plata, no pensan.
(Gracias por el rescate)
No hay comentarios:
Publicar un comentario