domingo, 12 de septiembre de 2010

Doña Bárbara

Ni siquiera el mar le regaló tranquilidad esa tarde.
Con su piel como único vestido, 
dejó que el cuerpo se estremeciera con las olas.

"Todos sabemos que la soledad es un estado transitorio", 
le gritó a la piedras.

 Sentía que un helor le recorría el alma 
cada vez que se encontraba con alguno de sus amantes. 
Buscó entre sus brazos el consuelo, 
pero cada marca de amor urgente era una llaga. 
Y un ladrillo más.
A fuerza de cuerpos conquistados construyó un muro a su alrededor,
se forjó una imagen de dominadora, 
invencible,
expoliadora de sueños
destroza-almas.
Aceptó el papel de indolente, 
se mostró fría, calculadora.

Para resguardarse del dolor de uno solo de ellos
se convirtió en todos ellos,
todos los hombres envueltos en seda roja y negra.

Le quitaron la sonrisa, 
le taponaron los oídos.
La incredulidad la habitó desde entonces.


... Y la ira, el odio, 
el morirás
te acordarás
nunca más
ni una más
aprenderé

me vengaré.

Nadie me falta el respeto dos veces.


Con esa determinación se sumergió en el mar


"Todo vuelve al lugar de donde salió"




2 comentarios:

Anónimo dijo...

Eres la imagen del dolor y la expresión del odio
me encantan tus poemas

Alicia Hernández dijo...

Muchas gracias
Felizmente, el odio y el dolor quedan en los poemas y no en mi.

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