viernes, 13 de agosto de 2010

Maquillaje

Siempre tuve pasión por el maquillaje. Desde pequeña pintaba a mis muñecas, inertes, pero que para mi cobraban vida a cada brochazo. Qué feas se quedaban las pobres. Más mayor, probaba con mis amigas y, aunque el resultado no era el más óptimo, fui perfeccionando la técnica…
Ahora soy toda una profesional. Llegan mis clientes, les miro la cara, imagino lo que quieren… Y me pongo manos a la obra. Se quedan quietos mientras yo trato de sonrosar por aquí, marcar por allá… A veces a las chicas les pinto las uñas porque, aunque no es mi especialidad, disfruto mucho con el olor del esmalte. Mi trabajo debe ser preciso y delicado. Me gusta que, al terminar, admiren cómo han quedado. Que luzcan naturales y bellos.
Siempre me fijo en la fisonomía de las personas a las que voy a maquillar. Pero sólo desde el plano profesional. No aprecio si son altos, bajos, gordos o flacos. Sólo me centro en su cara. Ni siquiera en si son bellos, lo fueron o son deliberadamente feos y con cara triste. Intento embellecerlos. Es parte de mi profesión: embellecer. Como un mueble que hay que restaurar.
Pero un día... Fue inevitable. Le miré. Debía tener 25 años. Buena piel. Parecía que tuviera manzanas por mejillas. No tendría que emplearme muy a fondo para conseguir un buen resultado. Pero puse todos mis esfuerzos en que estuviera más bella si cabe.
Primero le quité el leve color malva bajo sus ojos. Con un toque bastaría. Le apliqué el maquillaje más suave que tenía, que le dio el rubor de melocotón maduro. En los párpados, sólo un matiz marrón. Lo justo para reavivarlos. Cuando quise ponerle colorete me di cuenta de que no lo necesitaba, pero una pincelada de prevención sería buen por si, pasadas unas horas, se apagaba un poco su brillo natural.
En los labios me detuve concienzudamente. El perfil estaba nítidamente definido. El nodo central del labio superior se elevaba y formaba un pico muy sensual. El labio inferior, más grueso. Parecían una guayaba abierta, fresca. Carne que invitaba a morderla. Cogí un pincel bien fino. Lo empapé en carmín color cereza. Y, lentamente, manché su boca. Como una onda que turba la calma en una charca tranquila. Hundía el lápiz en la carne mientras le agarraba dulce y firmemente el cuello. La movía a mi antojo. Su boca cereza me llamaba a gritos…
Entonces la besé… Primero tímidamente. Luego, se apoderó de mí la premura grave de poseerla. Y le agarré con mis dientes el labio inferior. Y succioné y mordí. Y penetré con mi lengua la cavidad bucal. Mientras, agarré el cuello, su fragilidad de cristal. Apreté con los dedos, pero sin hacer daño. Una leve presión que no dejó marca. Le abrí la blusa… Y unos pechos fragantes esperaban a ser lamidos. Con la mano le dibujé el vientre, los muslos… Sus otros labios, también rosados…

Cuando terminé, la volví a meter en el ataúd.

2 comentarios:

Isa Apari dijo...

Se me han puesto los pelos de punta... Muy bueno, de la primera letra a la última :) escribe más!

Besicos, Isa la del Johnny

José Antonio dijo...

¡Necrófila!
Vaya sorpresita. Asqueroso y fenomenal el cierre. Sigue escribiendo!

Besos

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