jueves, 26 de abril de 2012

Princesa

La princesa cerillera

No sé si os pasa, pero a mi me cuesta dejar un hueco en mi alma para que nuevas personas lo alberguen

Muchos seres vienen a nosotros como un huracán de energía. Pero con la misma fuerza que vinieron, se van. Otros pasan sigilosos y de puntillas, para no estorbar. Y ni te acuerdas si estuvieron alguna vez. 
Pero hay otro tipo de seres. Son los que te cruza el destino en un café Starbucks. Y aunque lleven prendidas en el rostro sonrisa y retranca a partes iguales, también traen una maleta marrón para quedarse.

Antes de que te hayas dado cuenta, ya han decorado todo con lunares, lazos y puntillas. Y de repente, ves la vida un poquito más rosa - pero nunca rosa Barbie-; las tiritas tienen dibujitos; aprendes a envolver ilsuiones de modo delicado, sin arrugas; y adviertes que eres una exagerada con el suavizante.

Pero también que, aunque llueva mucho, el día menos pensado, la nubecita amarrada en tu campanario de tristeza se irá volando. Maloserá.

Que con pakistaní y un dulce comprado en una pastelería de guardia, los chivos no tienen los cuernos tan grandes, lo que dicen en los nidos de víboras se pierde en las ondas y vivir historias de realismo mágico es posible, porque no hay sueño grande que no cruce un oceáno o mire bien fijo las estrellas para alcanzarlas. 

Pero también había café... Porque cualquier hora es buena para un café... Incluso a altas horas de la madrugada. Y qué bien sienta.

Es cierto que no todo fueron piruletas de corazones... Pero el alma tiene la perspicacia de barrer a un lado lo que no es importante, lo efímero, lo que dura cinco minutos de puertas cerradas y platos sin comer...

Me acostumbré a su presencia de cine. Y nos hicimos pareja cómica -aún no me queda claro quién era Walter Mathau y quién Jack Lemmon-. La banda sonora a veces tocaba solo para Olenska, reíamos si era música de Ry Cooder, bailábamos como locas si eran melodías 'sin cerveza' y otras se instalaba Jarmusch. Ella, como he dicho, pedía coffee... Yo el resto -maldita la hora en la Cava Baja-. 

Aprendimos a montar en nuestras montañas rusas, a saber cuándo preguntar cuánto cuesta el ticket -un máximo de tres veces, la cuarta era tentar a la suerte-, y apearse hasta que el feriante decidiera mostrarnos la atracción.

Y ahora que ya había sobrevivido a mis tartas de manzana sin harina, mis purés salados, las gambas cocidas malamente y a mis últimos experimentos culinarios... Ahora va y me deja sin tortilla de patatas. ¡Y será porque no la he vendido bien para que se fuera de picos pardos!

Duerme ahora. Antes era a tres puertas, ahora es a miles de horas de vuelo. Y no sabe que la pienso. Que la añoro ya . Que la habitación de mi interior se quedó un poquito vacía.
Pero es solo un vacío de presencia. Porque, como dije al principio, hay personas que vienen a tu vida con maleta. Y en el alma de una, dejan cosas que no caben ni en todas las cajas verdes del mundo.

Feliz cumpleaños, Princesa.
Te quiero. 

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